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Poemas de Ricardo Ananía

Nuestra verdad y mi utopía

 

La vida… la vida
que hicimos tú y yo.

La vida…
que el cielo y el tiempo nos regaló.

La vida…
Por ella tus ojos.
Por ella tus labios.
Por ella el latido
de tu corazón.

La vida…
Por ella los besos.
Por ella los hijos.
Por ella el amor.

¡Oh!, la vida.
Si acaso no espera
porque el tiempo pasa,
iremos tras ella,
tal vez boca a boca,
o buscando en el vientre
de cuanta madre quede,
y si no la encontramos,
allá en el Olimpo
nos darán la respuesta.
Si nos tratan de locos,
pediremos clemencia
al Rey de los Reyes,
al Dios de los Dioses,
y aunque ya a esta altura
parezca demencia,
nos será devuelta,
yo… yo te lo aseguro.

Más allá de la sabiduría

Si no te detienes a mirar la rosa
            antes que marchite,

y te parece sólo agua
            una gota de rocío.

Si la impronta de tus manos
            no puede modelar la arcilla,

o no ves en una nube,
            una túnica blanca que discurre
            y te deja mirar al infinito.

Si del sol sólo esperas su tibieza,
            y no lo abraza tu mirada
            al despertar el alba,

ni tus manos
            puedan ser capullo abierto
            para dejar volar la mariposa…

…entonces:

Tus estrellas vagaran sin firmamento,

verás sin su refugio azul,
            los pájaros del cielo,

a tus corceles
            acorralará el viento,

y sin parodia,
            enmudecerán tus marionetas…

Los escalones de alcanzar lo inalcanzable,
            te alejarán aún más las utopías…

Se quedará sin barriletes tu esperanza,
porque a tu alma
            le faltará vuelo y fantasía.

Encrucijada

 

Aunque te destierre
de mis ojos la luz,
con sólo pensarte, mujer…
igual te veré,
igual te veré.

Si en cenizas el sol
trocara su piel
y esfumara a la luna
oscuro pincel,
con sólo pensarte, mujer…
igual te veré,
igual te veré.


            Vientre de guitarra
            que hizo una zamba nacer
            con embrujo de alado pañuelo
            y hechizo en la danza
            de amada mujer.


Aunque el cielo devore al lucero
y a todo el asombro del amanecer,
con sólo pensarte, mujer…
con la musa del baile en tu piel,
igual te veré,
igual te veré.


Si el horizonte se funde en ocaso
y su oscuro manto cubra el vergel,
quédate en la zamba
que con sólo pensarte, mujer…
igual te veré,
igual te veré.


            Vientre de guitarra
            que hizo una zamba nacer
            con embrujo de alado pañuelo
            y hechizo en la danza
            de amada mujer.

En tu boca manatial

Si me bebes,
¡oh!, si tú me bebes…
no seré en tu amanecer
agua de estanque.

Confabularé con el sol de la mañana
y como el rocío a las rosas,
recogeré de tu piel
toda su fragancia.

Nuevamente hoy…
aún más lentamente,
recorreré de tu paisaje
su insinuante territorio
y en sus acequias me volveré río.

Y si me bebes,
¡oh!, si tú me bebes…
colmaré tu sed
y nuevamente,
confabularé con el sol de la mañana.

Descansará
en tus tranquilos ojos,
mi tranquila
y cómplice mirada.

Será de sal
la piel de tu ondulado
y plácido sosiego.
Estarán húmedos tus labios
y habrá sal…
sal en mis manos
y en mi boca salpicada…
sal.

Con sólo pensarte

 

Aunque te destierre
de mis ojos la luz,
con sólo pensarte, mujer…
igual te veré,
igual te veré.

Si en cenizas el sol
trocara su piel
y esfumara a la luna
oscuro pincel,
con sólo pensarte, mujer…
igual te veré,
igual te veré.


            Vientre de guitarra
            que hizo una zamba nacer
            con embrujo de alado pañuelo
            y hechizo en la danza
            de amada mujer.


Aunque el cielo devore al lucero
y a todo el asombro del amanecer,
con sólo pensarte, mujer…
con la musa del baile en tu piel,
igual te veré,
igual te veré.


Si el horizonte se funde en ocaso
y su oscuro manto cubra el vergel,
quédate en la zamba
que con sólo pensarte, mujer…
igual te veré,
igual te veré.


            Vientre de guitarra
            que hizo una zamba nacer
            con embrujo de alado pañuelo
            y hechizo en la danza
            de amada mujer.

 

 

 

 

 

 

 

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